martes, 19 de agosto de 2008

Una oración por Santi*

Playa de Laida (Bizkaia)

*Cómo ya hizo Javier Cercas con su "Una oración por Nora"


El otro día eché la vista atrás, de nuevo. Creo que tenemos esa manía las personas, cuando el presente es monótono echamos mano de los recuerdos, de aquellos momentos felices que todos saboreamos precisamente para poder evocarlos en las malas épocas. Y me acordé de Santi. Hace ya muchos años que Santi nos dejó, un caluroso día de agosto. Y a pesar de que han pasado ya 10 años, si mi memoria no falla, creo que aún no he encontrado una persona con el corazón que él tenía. Siempre se dice que se van los mejores y con Santi, desde luego, eso se cumplió a rajatabla.


Era una enana cuando comenzamos a veranear en Gernika, un cominillo, pero siempre he pensado que las cosas especiales que se viven cuando se es pequeño, quedan grabadas de por vida en nuestra retina. Afortunadamente, los recuerdos de esos veranos en Gernika son muy nítidos. Mis padres siempre cogían las vacaciones la primera quincena de agosto y nos íbamos todos a casa de Celia y de Santi. Celia es prima de mi padre y Santi era su marido. No tenían hijos y para ellos sus sobrinos eran su tropa. Cuando íbamos a Gernika, Santi siempre se cogía vacaciones para estar con nosotros todo el rato y enseñarnos los rincones más bonitos del País Vasco. Todos los días nos despertaba a mi hermana a mi: "Buenos días. Arriba neskas". Unos días tocaba playa, otros visita turística, a veces las dos cosas. Santi era la persona más generosa que te podías encontrar. Creo que de él aprendí los trucos básicos para pagar en un bar o un restaurante siempre que quiero y dejar al resto con el billete en la mano. Era graciosísimo, siempre alegre, no tenía una mala palabra para nadie, contaba muchos chistes y era muy cariñoso con todo el mundo. Con él aprendí mis primeras palabras en euskera, comí manzanas ácidas de los árboles en su caserío, fui por primera vez a Donosti, me bañé los pies en la Concha (hacía un frío...)por primera vez, conocí el espectacular Castillo de Brutón, probé por primera vez los pimientos de Gernika, aprendí a escanciar sidra del barril en Astigarraga, pobré por vez primera el patxaran y miles de cosas que siempre recordaré. Recuerdo que en su casa siempre había aceitunas negras (las mejores que he comido en mi vida) y mikolápices en la nevera, que comiamos sentados en el balconcito mirando a la ría de Gernika, que siempre estarán asociados a él.


La última vez que estuvimos en Gernika, el año anterior a que se fuera, mientras pasábamos con el coche, por esas sinuosas carreteras que tiene Euskadi, vi una cruz en una curva. Y le pregunté que significaba ésta. Me contó que allí alguien habría perdido la vida y que algún ser querido, en recuerdo, le había erigido la cruz.


En la tarde del 4 de agosto, nos llamaron a casa diciéndonos que había muerto. A mi hermana y a mí nos quisieron contar que estaba grave, pero las caras de mis padres eran muy claras. Mientras estaba de vacaciones con unos amigos por Torrelavega, habían tenido un accidente de tráfico. Él fue el único que murió de los tres que iban en el coche. Supongo que él lo habría querido así, cómo un último acto de amistad póstumo.


No hay ninguna cruz en el sitio donde perdió la vida. Supongo que el tampoco querría una. Pero yo le recuerdo muchas veces, supongo que eso, a él, le gustaría más. No volvimos a ir a Gernika de vacaciones. Sin Santi no es lo mismo. Pero afortunadamente todos los buenos momentos que pasamos con él nos acompañan allí donde vayamos.


A mi me consuela pensar que seguro que allí donde esté, estará pagando txikitos a todo el que se encuentre por ahí, mientras cuenta sus mejores chistes y arranca las sonrisas de los que le rodean.